Entre otras tantas consecuencias, que nos está dejando la pandemia de COVID-19, existe la brecha que se va agrandando y profundizando, cada vez más, entre los países ricos y los países pobres que, sin duda alguna, ya es un impedimento global difícil de superar a efecto de que el mundo abrace, como causa colectiva, la lucha contra la crisis climática.
Al respecto, los científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), han advertido que el aumento de fenómenos extremos y los cambios causados serán “irreversibles” durante “siglos o milenios”. Hoy, ellos se reafirman en dichas amenazas, relacionadas con el clima y el medio ambiente, que se encuentran entre los cinco primeros lugares de los 10 riesgos a largo plazo que enfrenta la humanidad, pero que la existente “brecha de vacunas” está dificultando la colaboración global para limitar los aumentos de temperatura. Frente a ello, los países ricos (por ser los que más han contribuido históricamente al calentamiento global) deben compartir sus recursos con los países pobres si no desean arriesgarse a ser parte de una crisis que afectaría globalmente a miles de millones de personas, sin distinción alguna.
Dentro de esta situación los problemas económicos, más la crisis sanitaria, están agravando las divisiones sociales, creando angustias y tensiones, justo en circunstancias en las que urge la cooperación y solidaridad mundial como requisitos indispensables para garantizar una recuperación global.
¿Por qué tanta ceguera, entonces, ante la crisis climática que sigue siendo la mayor amenaza a largo plazo que ya enfrenta la humanidad? Jesús Véliz Ramos
