Nuestro espacio social, que debe servir para el desarrollo sano de nuestra vida cotidiana, lo debemos construir día a día para hacer de él un lugar ético. Así será si actuamos preocupados por los efectos de nuestras conductas en nuestros semejantes.
Es desde la convivencia social, basada más que en la tolerancia, en el respeto, que nuestras conductas irán repercutiendo en nuestros semejantes que deben ser respetados, apreciados, queridos, como seres tan legítimos como nosotros mismos.
Pero, tan condescendientes y familiarizados nos encontramos con las conductas delictivas de nuestros gobernantes, políticos y funcionarios, que ya no nos perturba ni nos llama la atención la autoría y verificación permanente de delitos de toda clase: lavado de dinero, concusión, colusión agravada, negociación incompatible, aprovechamiento indebido del cargo, tráfico de influencias, asociación ilícita, cohecho pasivo propio, más una retahíla de delitos que “engalanan” la vida gloriosa del descaro y cinismo de nuestra élite política racista que se desvive, se muere por el poder.
Es así como en nuestro país ya no hay necesidad de ejercer presión alguna para que fluya el pus. Buen tiempo hace que la purulencia, por si sola, brota a borbotones por doquier.
Es preciso, entonces, emular a Diógenes, aquel griego que todos los días, portando una lámpara encendida en pleno día, buscaba un hombre honesto, dejando ver lo muy difícil que era encontrarlo.
¿Será posible que encontremos a alguien con sensibilidad social, que viendo la realidad y las desigualdades, se ofenda y actúe contra todo ello? Jesús Véliz Ramos