El 1º de mayo de 1886, cuando la huelga obrera paralizó Chicago y otras ciudades estadounidenses, los diarios calificaban a los obreros de “locos de remate”. Sin duda alguna, tenían que estar “locos de remate” porque luchaban por la jornada de trabajo de ocho horas y por el derecho a la organización sindical. Pasado un año, los dirigentes obreros, acusados de asesinato, fueron sentenciados sin ninguna prueba en un juicio ridículo. Los dirigentes Auguste Spies, Adolph Fischer, George Engel y Albert Parsons, marcharon a la horca mientras Louis Lingg, el quinto condenado, se había volado la cabeza en su celda.
Hoy, como cada 1º de mayo, el mundo de los trabajadores les rinde merecido homenaje.