La humanidad, teniendo como telón de fondo una activa crisis climática, a la que se añadió una devastadora pandemia y otras calamidades que hacen temer nuestra existencia, ahora genera una guerra de impredecibles resultados. Pareciera que estuviéramos desafiando a la misma COVID-19 para demostrar que no necesitamos de virus letal alguno si podemos autodestruirnos, con más eficacia, mediante una guerra.
Y esto ocurre justamente cuando vamos recuperándonos de los estragos causados por la pandemia. Es entonces cuando resurge el orgullo autodestructivo, mellado por la COVID-19, para demostrar que somos capaces de desencadenar muerte y desolación por nuestros propios medios, sin la intervención de ningún agente patógeno. Tanto uno y otro actor bélico, pareciera que se ha visto disminuido en su autoestima, por la mortífera eficacia de la pandemia, que por ello necesita superar con creces los efectos letales del nuevo coronavirus que puso en zozobra a la humanidad.
¿Será que la humillación infringida a las naciones más poderosas por el nuevo coronavirus solo se superará a través de demostraciones bélicas como una manera de consuelo y desahogo que a su vez permita nuevamente posicionarse como amos y señores del mundo?
Los ambientalistas somos pacifistas, por eso no solo defendemos la vida, sino también estamos obligados a preservar la paz mundial que ahora se encuentra muy amenazada. Es hora, entonces, de reconocer la seguridad y derechos de todos los países y que la diplomacia asuma su rol.
Ese camino será muy complicado y difícil, quizás no se logre pronto, pero hay que obligar a las potencias a asumir sus responsabilidades frente no solo al asunto bélico mundial, sino también frente a la crisis climática que ese sí es el mayor reto que tiene la humanidad y que, frente al cambio climático, ningún misil o bomba atómica podrá hacerlo desaparecer. Jesús Véliz Ramos – 24-02-2022