Los derrames de petróleo, en océanos, mares y ríos, siguen provocando catástrofes medioambientales, como ha sucedido desde el mismo momento que comenzó a utilizarse industrialmente. De acuerdo a la organización Greenpeace, cada año, un promedio de 5 millones de toneladas de petróleo terminan en los océanos.
En el presente siglo, en nuestro continente, el mayor derrame de petróleo se produjo en el Golfo de México (2010). La plataforma “Deepwater Horizon” explotó y se hundió: 800 millones de litros de petróleo fueron al mar. En el mismo Golfo de México el 2004, el huracán Iván hundió una plataforma petrolera. Una reciente investigación indica que hasta 95 millones de litros podrían haber caído al mar. En la zona cercana a las Islas Galápagos (Ecuador-2001) el petrolero “Jessica” perdió más de 650 mil litros de petróleo. El 2011, en Cuenca de Campos, la empresa petrolera Chevron contaminó el océano Atlántico frente a Brasil con no menos de 800 mil litros de petróleo. En Santa Bárbara, California (2015), una fuga de 80 mil litros de petróleo, del gasoducto de la empresa Plains All America Pipeline, fueron a parar al océano Pacífico. La Patagonia Chilena, el 2019, tampoco se salvó de la contaminación. Unos 40 mil litros de petróleo cayeron al mar en la isla Guarello, en la región austral de Chile.
No son los únicos derrames de petróleo. Hay muchos más, son cada vez más frecuentes y quedan, por lo general, en la impunidad total.
¿El derrame de REPSOL seguirá ese camino? Jesús Véliz Ramos